Spotify, streaming, decisiones

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Spotify, streaming, decisiones
Imagen: El Jardín. CC BY-SA

La industria musical ha demostrado ser un monstruo con un instinto de supervivencia asombroso, como toda gran industria cultural actual (cine o literatura) es hija del capitalismo y por lo tanto hará todo lo posible por expandirse y lograr el mayor beneficio posible. Por lo que Spotify no es más que un síntoma, una muestra de la vorágine del dinero donde unos ganan, exageradamente, a costa de los otros.

Con la llegada del internet masificado y las tecnologías de compartición de archivos las grandes disqueras y distribuidoras del norte capitalista creyeron ver el germen de su declive: napster. Al final, con la ayuda de algunos artistas (dígase Metallica) y una lluvia de demandas consiguieron amilanar a unos cuantos; lo cierto es que el camino ya había sido trazado desde mucho antes, desde los orígenes mismos de las primeras comunidades de internautas, por lo que las disqueras solo lograron mostrarse como unos dinosaurios codiciosos.

Pero si en algo son especialistas en el mundo de la música es en el glamour. Con su maquinaria publicitaria prefirieron vender un consumo cool, optando por educar a sus clientes en lugar de criminarlizarlos. Por esa razón, no considero la expansión del streaming como un acto fortuito de la tecnología, es más que todo la apuesta de los más poderosos de la industria. Como veremos más adelante, el caso Spotify es harto complejo.

Los artistas de la música popular, quienes son la pieza clave del negocio, siempre han expresado su disconformidad con lo desigual de sus contratos. Solo la élite más afortunada puede pelear por una mayor independencia creativa o un mayor porcentaje de las ganancias. Por lo que siempre existieron esfuerzos que buscaron crear circuitos alternativos de grabación, distribución y difusión. Internet junto al abaratamiento de los equipos y la tecnología parecían ser las piezas faltantes para la tan anhelada autonomía artística, a la par del aumento de sus ingresos. Lástima que todo fuera una efímera ilusión.

Tras el reciente boicot contra Spotify, no podemos dejar de mencionar algunas cosas sobre este famoso servicio de streaming. Primero, no debería sorprender que su gerente invirtiera en armamento bélico basado en inteligencia artificial; al final todo se trata de dinero. Muchos artistas expresaron que el ideal de la música nunca será la guerra, por lo que retiraron su catálogo de Spotify —no podríamos estar más de acuerdo— pero para los grandes capitales de riesgo que están detrás ese no es ningún problema.

Spotify como toda aplicación gratuita monetiza a sus usuarios, aunque también a los que no lo son, pues no contenta con exprimir al máximo los datos de quienes usan sus productos escucha a través de los micrófonos todo lo que se dice alrededor. Es una de las empresas que mejor ejemplifica la desfachatez de este nuevo capitalismo de los datos.

Se han propuesto otras plataformas o nuevos modelos de negocio que permitan a los artistas vivir de su arte. Sin embargo, muy poco se habla del consumidor, su papel y el gran poder que este tiene. Son ellos quienes al fin y al cabo sustentan el poder y riqueza de Spotify y otras tantas empresas. En estos tiempos la tecnología es una pieza presente en nuestro día a día y las industrias a su alrededor tiene gran injerencia en nuestras vidas, por lo que nuestras decisiones también cuentan.