
La ropa que vistes te define, tu cuerpo te define, tu sexo te define. Esa fue la lección que aprendió Jeanne una tarde de septiembre en París, cuando decidió terminar el día de paseo y plática con una visita al museo d’Orsay. Ella llevaba puesto un vestido escotado (hacía calor pues el verano aún no terminaba), pero lo que no imaginó es que pasaría un momento de humillación al enterarse que ella era solo un par de senos «indecentes».
En septiembre del año pasado mientras toda latinoamérica sufría sus peores momentos por la pandemia de la COVID-19, una historia pasó desapercibida por su marcado tinte localista: «Joven estudiante de París fue conminada a cubrirse el escote para poder ingresar al museo d’Orsay». Después de lo ocurrido otra noticia, que estuvo estrechamente vinculada con la primera, también nos fue indiferente: «Grupo feminista FEMEN protesta, pechos al aire, dentro del museo d’Orsay».
Yo digo que si igual esas noticias llegaban al telediario de las 8 no hubieran pasado de ser notas marginales que se relatan en 30 segundos, en apretados resúmenes informativos que cada vez son más cortos para dar cabida a los espectáculos, la violencia y los deportes. Aun así, creo que ambos episodios nos recuerdan temas más trascendentales, como son la violencia machista tan arraigada en nuestras sociedades y el papel de la mujer dentro del arte.
El cuerpo de las mujeres es un campo de batalla, lo es hoy y lo ha sido en distintas partes del mundo. Somos el botín y el deseo, el cobijo y el cuidado. Relatos como el de las amazonas o el de Antígona nos hablan de mujeres decididas, independientes o inconformes, por tanto, temibles y merecedoras de castigo. La cultura occidental, y otras tantas, ven en una mujer libre una mujer peligrosa. Al final nuestro cuerpo es un objeto, a veces de deseo otras de afecto. Los vigilantes y trabajadores del museo d’Orsay (incluida una mujer según relató Jeanne) solo materializaron esa idea, y al no dejarla ingresar hasta que ella se cubriera lo que hicieron fue apropiarse de su cuerpo. Aquella prohibición fue, simbólicamente, una apropiación. Pero el arte (su historia, su práctica y su teoría) tampoco está ajeno de esa tara; si no, cómo explicar la ausencia de mujeres dentro del canon de maestros del arte.
El museo d’Orsay exhibe una de las colecciones de arte europeo más importantes, y en el contexto de la historia del arte occidental es, junto al Louvre, lugar de visita obligada si uno está en peregrinaje cultural por París. Entre todas las obras que atesora, la mujer es uno de los temas más recurrentes: es motivo, pretexto, modelo; pero eso sí, pocas veces autor. Hay una explicación para ello, su colección está delimitada al arte hecho en Francia entre los años 1848 y 1914, y el grueso de la misma fue adquirida en su momento por las autoridades de la academia francesa. Sylvie Patry, conservadora del museo, lo explica muy claramente: «[La colección del museo] es un testimonio de la mirada de la administración de Bellas Artes hacia la producción artística, a finales del siglo XIX. Bajo este punto de vista, la ausencia de mujeres es asombrosa», y luego aclara: «Lo que el museo presenta en la actualidad no puede considerarse como un panorama completo de la situación de las mujeres artistas, faltan demasiadas obras para ello».
Hasta hace no mucho, las mujeres estuvimos relegadas de la historia oficial del arte, los trabajos pioneros de Linda Nochlin y Griselda Pollock nos mostraron un nuevo enfoque a la luz de los estudios feministas. A partir de sus textos nuevas lecturas comenzaron a proliferar y siempre habrá motivos para encarar una colección como la del museo d’Orsay bajo un enfoque feminista y antipatriarcal. Pero el tema cultural y social es otra lucha pendiente. Los trabajadores del museo solo exteriorizaron sus prejuicios amparados en un ambiguo reglamento que prohibía las ropas indecentes (el 20 de enero de 2021 el museo publicó su nuevo reglamento de visitas donde ya no aparece la mentada norma). Si bien el museo se ha disculpado personalmente con Jeanne, y ella se ha mostrado conforme, el tema no puede terminar ahí. Ahora nos toca aprender de este hecho, a pesar de las distancias geográficas y culturales.
En primer lugar, las instituciones culturales no pueden desvincular su labor de esos otros trabajadores «no culturales». Esto demuestra un elitismo rancio que muchas veces se le ha achacado al arte y a la cultura en general. El museo se ha mostrado afectado por lo sucedido y en parte por el revuelo público gracias al valiente testimonio de Jeanne; pero pocos le han exigido al museo que ese espíritu «progresista» debe ser compartido por todos sus trabajadores. La tarea es del museo, sus trabajadores no son simples piezas de recambio. Esto es importante, porque como muchos dijeron, cómo es posible que esto pase en un museo donde se exhiben mujeres desnudas por montones. Claro, lo que pasa es que muy probablemente aquellos vigilantes no tenían la más mínima idea —en términos artísticos— de lo que ahí se exhibía. Pero esto nos lleva al siguiente punto, la sociedad tiene normalizada taras y prejuicios perversos contra los cuales hay que luchar y eso es necesario y urgente. La protesta de FEMEN fue oportuna, pues no hay nada de malo en el cuerpo femenino, el problema está en los ojos (y en la mente) de los otros. Recordemos, el patriarcado es parte de nuestras vidas, está en el metro, en la escuela, en el mercado, en el museo, donde sea; esa lección es válida hoy para Francia como para nuestros países de América, así que no desfallezcamos y luchemos hasta que su injusta existencia se acabe.
Publicado el 02 de febrero de 2021